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¡Que no nos jodan la vida!

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En apenas unos años las condiciones de vida han empeorado hasta el punto de que sabemos que ya vivimos y viviremos peor que nuestros padres y madres. Nos tratan como mercancías en un mercado laboral cada vez más desregulado, con nuestras vidas cada vez más a la intemperie. Avanza la precariedad, se asientan las privatizaciones y los recortes de servicios públicos, se machacan impunemente derechos básicos.

Hemos pasado de escandalizarnos por ser mileuristas a alegrarnos de lograr un trabajo de 700€ en jornadas laborales de hasta 40 horas. La alternativa es el paro: seguimos en tasas escandalosas del 20%, casi la mitad de larga duración (más de dos años). Los sueldos que se han expandido en esta crisis impiden una vida digna, pagar una vivienda y otros gastos básicos de subsistencia, por no hablar del ocio y la cultura.

Según la Agencia Tributaria ya había 3,7 millones de personas en 2014 que subsistían con sueldos inferiores a 300€. Tememos que a día de hoy sean muchas más. El número de trabajadores pobres se sitúa ya en el 15%, y subiendo. Más de 1,5 millones de hogares carecen de cualquier tipo de ingreso, más de 4 millones de personas están desempleadas y la pobreza infantil, la más injusta y crucial para la persistencia de las desigualdades, asciende al 30%.

Cifras terribles tras la que hay millones de vidas acosadas. Para la mayoría de nosotras un proyecto de vida emancipada y libre se hace difícil, sino imposible.

Esta situación tiene culpables, nombres y apellidos que engrasan el molino destructor de la precariedad. Si queremos liberarnos, es imprescindible identificarlos y ahondar en las causas profundas de la injusticia.

Mientras las grandes empresas y sus propietarios ingresan miles de millones de euros, nosotras no llegamos a fin de mes. Mientras el gobierno y sus cómplices recortan los servicios públicos, nosotras cuidamos a nuestros hijos e hijas, a nuestros mayores, en horarios imposibles. Mientras los partidos que representan los intereses de las élites económicas hacen leyes para los más ricos, nosotras debemos acortar las horas de calefacción o sufrir listas de espera interminables para ser atendidas en un hospital público.

Pero esta situación tiene alternativa. No somos mercancías en manos de políticos y banqueros, se gritaba desde las plazas hace no tanto. Este país genera recursos económicos para atender las necesidades de todos y todas. Por eso debemos hacer de nuestra indignación una herramienta para cambiar la realidad del país. Pelear por nuestros derechos y conquistar nuestra felicidad.

Os proponemos construir esos caminos juntas y juntos.

Luchemos por una vida digna, suficiente y feliz.

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